Esta historia es un homenaje a todas las mujeres maltratadas del mundo...
Iba sentada en el metro, y de repente, una cara de horror se reflejó en su rostro.
Ella había viajado a una ciudad del norte de Europa. Su situación personal tenía mucho que ver con aquel viaje. Estaba hundida en la más absoluta tristeza y su estancia allí era una huida de la realidad tan dura que tenía.
Manuela era una mujer muy hermosa, con gran capacidad de trabajo y entrega a las gentes que la rodeaban. Tenía una alegría natural y valentía para enfrentarse a las situaciones adversas.
Un día de primavera, conoció a Javier y enseguida surgió el amor entre ellos. Al principio todo iba bien, pero éste, cada día cortaba y condicionaba más la libertad de Manuela, hasta que comenzó a insultarla y después pegarla. Le prohibió moverse de casa. Estaba vigilada y acorralada, sintiéndose como un pájaro con las alas cortadas en una jaula.
Poco a poco en ella, se fue apagando la alegría, y comenzó a no tener fuerzas para luchar, cayó en el desanimo, la tristeza y el miedo. Él, por el contrario, iba creciéndose y dominando la voluntad de Manuela, pues creía que era suya, que le pertenecía y que era dueño de su voluntad.
Así pasaron meses, y un buen día en el que estaba sumida en la más profunda depresión, del fondo de su ser surgió la fuerza necesaria para huir. Descerrajó la puerta de su casa en un momento en el que él no estaba, y salió huyendo como si fuera culpable de un gran delito.
Cogió el primer tren que salía fuera de su país. Viajó toda la noche, no pudo dormir nada, agobiada por su situación. Así llegó a la mañana siguiente a la ciudad que la esperaba con los brazos abiertos, ofreciéndole su libertad.
Pensó en cómo desplazarse lo más rápido posible en busca de un lugar donde comenzar. Se dijo, cojo el metro y me bajo en la estación que mi intuición me diga. Y allí estaba, sentada en un metro que desconocía y que no sabia dónde la llevaba.
De repente levantó la cabeza, vio a los pasajeros que viajaban con ella en el vagón, miró por la ventanilla que daba al departamento contiguo, y una cara de horror se reflejó en su rostro. Allí estaba Javier, la había seguido. ¡Dios mío! ¿Qué podía hacer?.
Javier la miraba con ojos de furia, le amenazaba con las manos. Ella estaba asustada, intentaba hablar a las personas de su entorno pero no la entendían. El metro llegaba a su nueva estación y él vendría a por ella. ¿Cómo podía escapar?
El metro seguía su curso, dejaba y cogía nuevos viajeros. Cuando llegó al final de su recorrido, un joven que había observado a Manuela le llamó. Señorita, este es el final, tiene que despertar e irse.
Manuela abrió sus ojos y comprobó que todo había sido un mal sueño. Dio las gracias al joven y comenzó a caminar hacia su libertad.
Maribel Ramos